¿Por qué y para qué estudiar los conflictos en
la enseñanza de las ciencias sociales?
¿Qué nos aportan los siguientes textos para la enseñanza de las ciencias sociales?
¿Cuál es la conveniencia de estudiar los conflictos como contenidos históricos y sociales escolares?
1. “Por
un lado, se trata de trabajar la confianza en sí mismo, la autoestima, la
asertividad (capacidad de afirmar nuestras propias ideas y posiciones) y
sobretodo el apoderamiento,
entendido como el proceso por el cual descubrimos nuestras bases de poder e influencia.
No se podrá hacer valer derechos o necesidades en un conflicto sino se sabe
reequilibrar el poder y por lo tanto no enseñarlo, será tanto como educar para
la sumisión y el conformismo.
Por otro lado, también es importante descubrir
cuáles son las bases del poder de quien, en una determinada situación, está
arriba. En muchas ocasiones, este poder está basado en el sometimiento y
colaboración de quien está abajo, en su obediencia. Educar para la paz y para
el conflicto significa educar para la
desobediencia. Estas palabras dan mucho miedo, sobre todo a perder la
autoridad. Sin embargo, no es la autoridad lo que está en peligro, sino el
autoritarismo que, casi siempre, es justo lo contrario. No se trata de
desobedecer de forma ciega, si no de ser conscientes de lo que hacemos y de por
qué lo hacemos, pudiéndonos negar a ello, argumentando el por qué, proponiendo
alternativas y asumiendo las responsabilidades y consecuencias de esta desobediencia.
Se trata de educar para la responsabilidad. En palabras de Luther King debemos
enseñar que “colaborar con lo que está bien debe ser tan evidente como no
colaborar con lo que está mal”.
CASCÓN
SORIANO, P. (s.d.): Educar en y para el
conflicto. Catedra UNESCO sobre la paz y los derechos humanos. Universitat
Autònoma de Barcelona.
2. “Este
concepto, clave dentro de la investigación-educación para la paz y la
solidaridad, debe aplicarse al análisis del pasado y a la comprensión del
presente desde su perspectiva más creativa y profunda: espacios físicos y
humanos, contextos histórico existenciales, actores individuales y colectivos,
argumentos explícitos y ocultos, tendencias de tiempo largo y coyunturas inesperadas.
Todo ello conforma un conjunto de elementos que constituyen los conflictos
históricos como territorios-encrucijadas, dentro de los que se superponen las
bifurcaciones, las vías de doble sentido, las discontinuidades y rupturas hacia
callejones sin salida o los caminos paralelos y alternativos, poco transitados
aunque bastante sólidos y perdurables. El análisis histórico de los conflictos humanos demuestra
que existen muy pocas realidades inmutables y predeterminadas; antes, al
contrario, los procesos históricos se construyen sobre la base de una serie de
acciones, decisiones y opciones que podrían haberse tomado en muchas
direcciones distintas, dando origen a posibilidades que permiten entender el
pasado, el presente y el futuro de manera más abierta y compleja (p. 152).
SAEZ,
P. (1995): “La memoria compartida. Educación para la paz y didáctica de la
historia”. ALBURQUERQUE, F. et al. : Hacer
futuro en las aulas. Educación, solidaridad y desarrollo. Barcelona.
Intermón. 143-168.
3. “Aquello
que aprendemos de pequeños sobre los conflictos, la paz y la justicia lo
llevamos dentro toda la vida; por esto es tan lamentable que en las escuelas
apenas se enseñe como hacer frente a la discordia y, por este motivo, resulta especialmente trágico que niños a
quienes nunca no se ha enseñado a jugar aprendan a hacer servir pistolas de
verdad.
Durante la Primera Guerra Mundial uno de mis
abuelos fue encerrado por pacifista y el otro fue voluntario patriota francés
que volvió de la guerra profundamente conmocionado y que se oponía totalmente a
las pérdidas puramente aleatorias que esta provoca. Mis padres estaban
igualmente divididos, ya que mi madre era una investigadora médica pacifista y
mi padre desarrollaba explosivos.
Los debates de mi infancia sobre cómo tratar
con hombres armados continúan siendo válidos, pero dos cosas han cambiado. En
primer lugar, actualmente nueve de cada diez guerras son conflictos civiles, en
los que la gran mayoría de las bajas son civiles. Y en segundo lugar, sabemos muchas
más cosas sobre cómo trabajar para construir la paz y que hay técnicas para
resolver conflictos que pueden funcionar” (p. 11-12).
El conflicto no hace falta que sea una cosa
mala, pero se puede descontrolar fácilmente. En el mundo hay tanta violencia
que hemos de comprender sus causas y encontrar maneras de enfrentarnos a ella”
(p. 15).
WARE, H. (coord..) (2007): Els conflictes i la pau. Barcelona.
Intermón Oxfam. Trad. de Joan Pagès
4. “Tradicionalmente
el papel de la historia en la enseñanza se había concretado en un discurso o relato ideológico que explicaba mucho pero no demostraba nada. Desde el siglo XIX y prácticamente hasta nuestros días,
la historia en la enseñanza no se planteaba en clave científica instructiva,
sino con voluntad explícitamente educacional para inculcar determinados
valores. Entre ellos destacaba el patriotismo, ya que se trataba, ni más ni menos de afianzar y dar coherencia
al estado-nación emergente y, también,
obviamente el respeto al ordenamiento social y a la propiedad privada.
Esta fue la historia tradicional
vertebrada por batallas, guerras, reyes, generales gloriosos, héroes y algún
que otro santo o santa. Esta historia que tenía al estado, y no a los pueblos,
como sujeto y objeto de la historia, se explicaba de manera excluyente y
antieuropea magnificando los enfrentamientos y las guerras contra los “otros” estados.
Este planteamiento tradicional y acientífico de
la historia desarrolló un aparato didáctico raquítico que se fundamentaba casi
exclusivamente en la narración. En historia ni se experimentaba ni se
demostraba nada, solamente se relataba. Esta concepción de la historia en la
escuela fue sin embargo impugnada por el movimiento de la escuela nueva y por
autores como J. Dewey, o R. Altamira en España. A partir de los años sesenta
del siglo XX, esta historia tradicional de héroes, santos y militares ya se manifestó completamente inútil como
elemento ideologizador y patriotizante. Por otra parte, en esa época los medios de comunicación de masas
ya ejercían con notable éxito el
papel de agentes de promoción de valores. En pocos años la historia pasó a ser
una asignatura o materia depreciada y anquilosada, sin aparato didáctico y poco
útil desde todos los puntos de vista a causa del mantenimiento de viejos
planteamientos. La historia
tradicional había entrado en crisis irreversible. (p. 21-22) (…)
La guerra civil española forma parte de estos
procesos y tiene diversas dimensiones, su importancia es fundamental en la
historia de España y Europa por tanto debería tratarse exhaustivamente en las
aulas. La comprensión de antecedentes del presente son útiles para optar con
racionalidad y civismo. Los conocimientos que se generan a partir de este
objeto de estudio tienen por tanto un alto interés cívico” (p. 29).
WEB-E38
(Workshops on European Battlefields-Ebre 38) (2003): “Las guerras del siglo XX y la didáctica de las ciencias sociales”.
LÓPEZ, F./ARÀNEGA, S. (comp..): El mundo
en guerra. La educación para la paz. Propuestas
y actividades (3-12 años). Barcelona, Graó, p. 21-30
5. “Los
derechos humanos nunca fueron más ampliamente aceptados o flagrantemente
violados en el siglo XX. Hubo al menos tres genocidios: contra los armenios,
los judíos y los tutsis (entre otros). Estallaron las dos guerras más
destructivas de la historia y se dio la peor hambruna de todos los tiempos (en
China, entre 1958 y 1961). Sin embargo, la mayoría de las colonias lograron la
independencia, los derechos de la mujer obtuvieron un reconocimiento sin
precedentes y nació el Estado del bienestar. La segunda mitad del siglo se
destacó por un esfuerzo mundial sin par por fomentar los derechos humanos. Pero
la historia nos ha enseñado que el progreso nunca es lineal, ni está
garantizado o controlado por una parte del mundo. (p. 23)
BALL,
O./GREADY, P. (2007): Los derechos
humanos. Barcelona. Intermón Oxfam
6.
“Parecía que las guerras entre moros y
cristianos eran un vago recuerdo de un pasado ya
lejano. Sin embargo, se han reproducido. Aunque aparentemente algunos
vean que la religión y la cultura desempeñan
un papel decisivo en la determinación y el desarrollo de las guerras, eso no es así. Las guerras son
básicamente luchas de poder. Poseen una base económica y política muy
importante. Las razones culturales, étnicas o religiosas no son más que
aspectos secundarios que sirven para identificar al enemigo y utilizarlos como
excusa de los actos de agresión. En todo caso, los aspectos culturales y
religiosos en los conflictos poseen importancia si estos se encuentran en
estrecha relación con aquellos elementos políticos y económicos fundamentales.
Por ejemplo, la supremacía de una lengua no es tan solo una cuestión de
prestigio, sino que guarda una estrecha relación con las industrias culturales
y, por tanto, con beneficios de tipo económico. (p. 35-36). (…)
Si observamos las causas que provocan parte de
los conflictos, comprobaremos que no son otros que la insatisfacción de
necesidades básicas de sectores de la población mundial numéricamente muy
importantes. Paradójicamente, resulta que es la satisfacción de tales
necesidades lo que sin duda podría atraer la atención de los países o los
sectores sociales más dinámicos y con necesidades de expansión. Es un error
creer que el bienestar de los otros es sinónimo de reducción del propio, al
contrario.” (p. 153)
VINYAMATA,
E. (2002): Los conflictos explicados a
mis hijos. Barcelona. Plaza&Janés. DeBolsillo.
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